viernes, 26 de marzo de 2010

Un habitáculo II.-Parte III-

La realidad se evapora…
Escucho cómo se abre la puerta. Me quedé dormido, pienso.

-¿Quién anda ahí?- interrumpo en el silencio.
-Soy yo…Felipe.- responde desconcertado.
-Yo soy Felipe.- replico furioso.

No hay respuesta. El silencio me sumerge en la duda. Enciendo una luz y…despierto. Estoy en la calle.

-Hijo, cuidado que hay muchos autos.- me dice una señora.
-¿Mamá?-
-¿Qué te pasa hijo?, ¿estás bien?-
-Sí, sí… ¿dónde estamos yendo?-
-A la plaza. A darle comida a las palomas.-
-Ah…cierto.-

Caminamos por Avenida Rivadavia. Es un día de diciembre. Los diálogos son monosilábicos y mis palabras denotan un dejo de inconciencia. ¿Acaso soy un niño demasiado anormal?, ¿adónde han ido a parar todos mis engaños, mis estrellas de papel y mi amigo mago con ánimos de rey? Invadido por una acuciante incertidumbre formulo:

-¿Qué me trajeron los reyes magos?-
-No vinieron todavía. Llegan el 6 de enero, hijo.-
-¿Y Papá Noel?-
-Un libro… ¿no te acordás?-
-No, ¿qué libro?-
- Se llama “Un habitáculo”-
-¿Es lindo?-
-Te ha encantado. Lo tenés en la mochila.-

Me detengo a mitad de la acera y lo extraigo de la mochila. Lo abro al azar y leo:

“El destino nos convence a caminar por Avenida Rivadavia. Transeúntes y más transeúntes. Calles y más calles. Te digo:

-¿Vamos en subte?-
-¡Cuánto tiempo se escapa por el subte!- responde un niño corriendo en dirección a la plaza.”

Cierro el libro. Mi madre está comprando cigarrillos en el kiosco. Rodeado por un mar de rostros que jamás volveré a ver escucho:

-¿Vamos en subte?-

Levanto el semblante y respondo:

-¡Cuánto tiempo se escapa por el subte!-

Me cuelo entre los cuerpos, los murmullos…y hasta de mi mismo. Escucho una frase que me deja atónito:

-Cuando sea grande quisiera ser chico.-

A lontananza la voz de mi madre recubre la escenografía de este teatro…me resulta algo ajena:

-¡Octavio!¡Octavio! ¿Dónde te metiste, hijo?- me repite una y otra vez.

No me detengo. ¿Qué me ha pasado? De repente siento que estoy conectado con todo lo que me rodea…el tiempo no duda, se ha convertido ahora en una esfera que soy incapaz de alcanzar; pero, ¿por qué?... ¿por qué soy incapaz de frenar, ni siquiera de tomarme un respiro?
La voz materna se hace progresivamente más incierta y tramposa, no me resigno. Quiero frenar pero alguna fuerza me vence. Ahora grita. Continúo en persecución de la esfera. Se escucha una voz masculina que susurra casi imperceptiblemente:

-Hijo, estoy acá…vení.-

Sigo corriendo por los senderos que enmarcan las sabrosas distancias de quienes recién se conocen, por el milimétrico agujero de las cerraduras del amor de toda una vida, por las aguas inabarcables del archipiélago de aquellas islas humanas que jamás van a osar preguntarse la hora…
La voz materna es más débil y el susurro…de repente: ¡La plaza! Me acerco a mi padre que está sentado en un banquito. Caigo en la cuenta de que florece una voz adulta de mi boca:

-Papá- le digo.
-Bienvenido al mundo.- responde.

Me siento a su lado y sueño:


Escucho cómo se abre la puerta y alguien pregunta:

-¿Dijiste algo?-

Titubeo un segundo y respondo:

-Hola, ¿hay alguien ahí?-

Nadie responde y comenta a continuación:

-También escuché una voz. No he dicho nada.-
-No me hagas caso.-

Me pongo en pie, atravieso la habitación y tropiezo. Vuelvo mi vista hacia el living y encuentro dos personas desnudas…

-Hola, hola.- repito.

Pero no hay respuesta. Ninguno se percata de mi presencia, ninguno me oye. Me siento y contemplo ese acto escaso de prendas y pudor. Soy un testigo ignorado y hasta excluido. La muchacha dice:

-Te amo…-
-Yo también.- respondo al mismo tiempo.

Movido por un impulso irracional, me escapo por las puertas del habitáculo. Desciendo por el ascensor contemplando mi imagen en el espejo. Nos miramos como queriendo emular a dos cangrejos, tanto es así que retrocedo hasta mi niñez. Mientras silbo If de Pink Floyd, se abren las puertas y desciendo.
Escucho a lontananza la voz de mi madre llamándome. Sin embargo, cierro la puerta del edificio y comienzo a caminar. Al doblar en la esquina me topo con dos adolescentes susurrándose al oído. Me detengo frente a ellos. Imperturbable por mi presencia, el chico obsequia una cajita envuelta en papel a su compañera:

-Abríla.-
-¿Qué es?-
-Una sorpresa.-

La muchacha se apronta a descubrir el contenido de aquella cajita pero…un papel envuelve a otro papel, y éste a otro, y éste a otro… un enigma infinitamente velado.
Atraído por la belleza e inocencia de este acontecer, percibo cómo el tiempo se acelera. Dejando a un lado su intuición, la muchacha prosigue la búsqueda de respuesta en vano. En un santiamén, su rostro se llena de arrugas, la vejez deshace el último papel y descubre el tesoro: una carta.

“Si yo estuviese solo, lloraría.
Y si yo estuviese contigo, estaría en casa seco.
Y si me vuelvo loco…
Y si me encierran…
¿Aun me dejarás entrar en el juego?”

Con el rostro pleno de ternura busca al muchacho pero ya no está. Resignada por el vacío de la emoción, se pierde por las calles de la ciudad…
En la cercanía, escucho la voz de mi padre. Luego de intentar descubrir la procedencia del sonido, me sorprende por detrás:

-Hijo…estoy acá.-
-¡Papá!-
-Hijo, ¡qué grande estás! Me tengo que ir…solo quería darte un abrazo.-
-¿Qué año es, papá?-
-2020, hijo.-
-¡Qué rápido pasa el tiempo!-

Nos abrazamos emotivamente y se va caminando despaciosamente hasta perderse en el horizonte. “Todos se están yendo”, pienso. Aun así… ¿quién sabe adónde estoy yendo?, ¿acaso también estoy invitado a la fiesta?
Desorientado, angustiado y, en fin, vivo; camino no sé donde y grito:

-¿Adónde voy?-
-Hijo, ¿dónde te metiste?- responde la voz materna.

La intuición toma las riendas de mi rumbo. La voz se vuelve más potente, más cercana…más tangible.
Casi llegando a una esquina, la mujer que había visto en el habitáculo me choca:

-¡Cuánto tiempo se escapa por el subte, señora!- le digo.
-¿Qué decís?-
-¿Sabe qué año es?-
-Sí…2009.-
-No. 2020.-

Los dos quedamos perplejos por la inconciencia palabrera y escucho otra vez La Voz:

-Corre, corre, corre…hijo.-

Aturdido por la monotonía imperante y cíclica de esas palabras, corro, corro y corro. ¿Seré también un invitado a la fiesta? Quiero frenar pero alguna fuerza me vence.

-¿Quién sos?, ¿mamá sos vos?- pregunto agitado.
-¿Y vos quién sos?- responde.

Todo se vuelve indómitamente luminoso. Tímidamente responde al borde del olvido:

-Soy…-

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Voces